8.8.06

Naufragio (o el origen de la marea)

Cuando la Tierra era aún muy joven y todavía no estaba habitada, los eternos y a hacía miles de años que existían.

Uno de los siete hermanos, Deseo, la estuvo contemplando y pensó que la Tierra en su conjunto era hermosa, pero su rostro parecía demasiado plácido, demasiado tranquilo, visto desde el espacio. En aquellas eras dormidas, el mar era una sopa inmóvil, contenida en sus bordes por un recipiente terrestre. El propio mar participaba del sueño de vida en que toda la Tierra permanecía.

En medio de la noche, Deseo tomó la forma de una adolescente cuyo trazo copió de los sueños de la propia Tierra, que ya había imaginado el cuerpo de los seres humanos, y la llamó Naufragio y se fue a la orilla del mar a despertarlo con sus encantadores bailes.

Al principio, el mar estaba adormilado, apenas conseguía responder a las palabras de Deseo, pero el movimiento sinuoso de sus brazos y sus caderas no le dejaban dormir y poco a poco fue cayendo del cayendo del lado de su atracción. Ella se mantenía a distancia, obligándole a estirar sus largos dedos para intentar acariciar sus tobillos. Naufragio se arremangaba la falda, bajaba sus manos con intención de tocarle y luego las retiraba, jugaba con él y con sus ansias de lamer algo más que la arena y la roca. Desde la orilla, las ondas de su necesidad se transmitieron por todo el cuerpo del océano, hasta su corazón, hasta los confines de todas sus costas, despertando su lujuria por todos los seres vivos en los cuatro confines de la Tierra.

Naufragio hundía los dedos de sus pies en la arena mojada, volviéndole celoso, dejando apenas que acariciara sus pies con el borde de las olas. Los primeros roces fríos y exhaustos, pero al sabor de la piel, cada vez más cálidos y con mayor empuje. Cuando las olas se cerraron alrededor de sus piernas, el mar quiso abrazarla completamente, no descansaría hasta tener su cuerpo dentro de él.

Ganó aún mayor fuerza, mayor impulso, salpicó de agua salada el interior de sus muslos, el interior de sus brazos, el interior de sus cabellos que se desparramaban hasta la cintura.

Pero Naufragio no avanzaba un ápice hacia el interior, no iba a ponérselo fácil, y durante toda la noche el océano tuvo que ganar cada centímetro, levantar olas de inmensa fuerza, despertar en su interior una tempestad y una furia devoradora que le revolvió violenta y terriblemente las entrañas, hasta que al amanecer consiguió arrebatarle por fin a la Tierra el cuerpo de la insomne adolescente.

Con una sonrisa en los labios, Naufragio se dejó arrastrar hasta el fondo del mar, dejando el cuerpo de éste marcado por las uñas que le clavó mientras se ahogaba, las olas ribeteadas con las huellas de su deseo consumado, el espíritu anhelando siempre más carne humana de hombres y mujeres que cayeron en sus brazos a partir de entonces, por los siglos de los siglos, a lo largo y ancho de sus infinitas orillas.


FIN

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