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18.11.07

La noche del mundo cae sobre Usambara

Al acercarse al borde de un acantilando, cuando quiere uno asomarse hasta el límite mismo de su herida, es necesario hacerlo acostado. No es por el vértigo, como podría parecer, sino porque el borde de un acantilado es una línea invisible que separa dos mundos, que separa lo posible de lo imposible, y si la cruzas te quema el aire, como hace con los meteoros cuando se atreven a entrar en la atmósfera.

Al acostarse uno sobre ese tabú rocoso, puede sentir el íntimo abrazo de esas dos esferas, cómo se entraman en esa línea magnética, donde hay que domar el instinto sobre la roca con la palma muy abierta, durmiéndolo despacio, acariciarlo para que no huya ante las fuerzas que allí actúan.

El cuerpo se alivia al sentir la gravedad, la forma de la roca. Clava las rodillas por mantener el pulso, goza de compartir un poco del dolor físico, terreno. El espíritu, mientras, se mantiene tirante sobre el abismo, asomado en altura, libre al fin de la rueda de las reencarnaciones. Por un momento. Un momento ilusorio y sin embargo imperecedero. Y en esa tensión dulce, donde todo está bien, donde cada parte del ser permanece al fin en su mundo propio y original, correspondiente, la noche se eterniza sobre montes prehistóricos y despuntan arañazos de hogueras, descosidos de fuego sobre inmensas llanuras, el punzón ardiente de los hombres sobre el manto de la tierra.

Las humaredas grises se desperezan a ras del suelo como vastas criaturas de un continente perdido. Se impone la sensación definitiva de que el mundo, la naturaleza, el cosmos, seguirán adelante sin nosotros, más allá del hombre y de su tiempo.

Cuando estoy en mi cama aún cierro los ojos e imagino que estoy allí, sobre aquella roca, deshaciendo el liquen bajo mi mano abierta, acariciando África, mientras la brisa lo duerme amorosamente todo y me incluye en ese todo, mientras la noche del mundo cae sobre los altos montes de Usambara.


Texto de Ana B. Nieto
Fotos de Paco Nieto





14.10.07

“Un corazón caído ya no puede levantarse” (proverbio masai)








En la religión masai sólo existe una certeza: que el hombre vive y muere solo.

Puedo ver al masai recorriendo con su ganado el anillo del crater, bordeando la olla original, el alba de los tiempos, la génesis de la historia, levantando un camino de polvo a su paso. El polvo que enterró a sus antepasados y que enterrará a sus descendientes.

Avanza bañado en la luz balsámica de una sopa primigenia, el aire cálido y palpable de África que lo funde y lo unifica todo, hace que el cielo y la tierra desdibujen sus límites y deja al masai y a su estela de ágatas interminables caminando sobre el vacío cósmico, intemporal.

Que el hombre vive y muere en soledad es una certeza tan primitiva como el paisaje del Ngorongoro, un océano tibio de aislamiento, el dorado molino de Dios, cuna de la alquimia primitiva, donde todos los colores se filtran a través de una sustancia que los suma a todos ellos, esa luz que los enciende y los hace desvaídos y uniformes. Sobre la banda azulada que sirve de horizonte se extiende una marea pajiza con regueros verdes, meandros en fuga, escapando allá donde salpican los riachuelos y las veredas de los lagos.

Por esa vastedad opaca y luminosa, por esa paleta primeriza y evanescente, va errando el masai con su constelación oscura y mugiente, que se arrastra por las laderas de las montañas, incapaz de conquistar la inmensidad, insignificante, arrinconada contra la vasta pared del valle.

El Ngorongoro es muy antiguo, anterior al capítulo bíblico en que Dios otorga la Tierra al hombre para que la domine. Pertenece a textos anteriores. Es anterior a la separación del cielo y la tierra por el dios Engai, el dios masai de la creación. No ha sido otorgado, no puede ser conquistado. Dios ha preservado su caldero luminoso tal y como era cuando estaba soñando y esbozando todo lo demás, y el cráter guarda aún los difuminados y borrosos de sus bocetos, los colores experimentales, la base mezcladora de la que surgió la vida.

Al borde exterior de este gran silencio, desterrados del paraíso, los círculos de estacas de los kraal masai se agarran a las tierras con las uñas y los dientes propios de la épica humana cuando se empeña en sobrevivir en los confines del mundo, en las fronteras de lo permitido por la naturaleza. Los hombres se anclan a los desfiladeros de la tierra, ya sea en los acantilados rocosos de las islas de Arán, en la mampostería de hielo de los polos o, como aquí, como univalvos besando los muros de un volcán extinto.

Desde su borde mira el masai, sin dudas, antes de iniciar su travesía, antes de descender a la atávica sustancia de amaneceres permanentes y perderse por sus caminos. Seguido de toda su riqueza, arrastra su manchado ganado bovino como una red ostentosa de perlas negras, detrás de sí. Su manta roja, como una llamarada viva, alumbra el camino a su cohorte ciega en mitad de ese espacio indefinido que es el Ngorongoro, abriendo a la vez otro camino, el de la poesía, en su inmensurable metáfora de la soledad humana.
Texto Ana B. Nieto
Fotos Eladio López















3.10.07

La luz del Serengeti







El Serengeti, la llanura sin fin, estaba lleno de vida pero también de muerte.

Había sobre aquella luminosa y reveladora extensión una inquietante mezcla de libertad radical y de inmensidad desoladora, como una plataforma para que el hombre mzungu pudiera experimentar con la química del primitivismo, el instinto, la mística elemental, la ligadura de la tierra, todos ellos elementos que aún podía rastrear en el trazado de su herencia, como se rastrean los polvorientos caminos de la trashumancia, olvidados entre pueblo y pueblo, apartados de los mapas y sus arterias de asfalto.

El Serengeti parece ser un lugar definitivamente fuera de lo moral, siendo lo moral exclusivamente humano, un producto de nuestra mente. El Serengeti es, simplemente, y lo bueno y lo malo, lo cultural, queda fuera de sus luminosas fronteras, siempre vaporosas, siempre veladas en la distancia, protegidas en sus ínfulas oníricas, en la azulada niebla fría que da forma a sus montañas.

Esta ausencia de moralidad y del elemento humano no lo hace salvaje o peligroso, sino todo lo contrario: pacífico, armónico, inmutable, tan preparado para la clarividencia que en sus cielos se pueden distinguir perfectamente todos los estados atmosféricos. Los rayos del sol se vuelven físicos contra el lomo tormentoso de las nubes. Las lluvias se adivinan como telones ondulantes que emborronan las distancias y son corridos lentamente por una mano invisible al avanzar a través del cielo, como una manada de gigantescos elefantes que, parsimoniosos, recorrieran el paisaje en lontananza.

La luz del Serengeti es su elemento más característico y esencial, la delicia del ojo entregado a los placeres de las acuarelas y las veladuras pictóricas. Su tiempo inmutable se entretiene y naufraga en el galopar equilibrado y sinuoso, irreal de tan extraño, que tienen las jirafas, pierde su fuerza tránsfuga en la solidez de las patas de elefante, se estanca irremediablemente en las piscinas turbias de los hipopótamos y en los estómagos llenos de huesos de las hienas.

Cráneos aislados y remotos a lo largo del camino, empequeñecidos aunque significantes de esa naturaleza circular de la que a veces queremos separarnos, contrastan con los esbozos lejanos de formas montañosas, titanes volátiles como ala de Titania, como ala de libélula que se desvanecen, se evaporan, se desmayan en la distancia, exhaustos por el peso, dormidos en el bálsamo tse-tsé de la luz del Serengeti.
Texto: Ana B. Nieto
Fotos (Mburu, Masai Mara, Serengeti): Eladio López











21.2.07

Cuento corto y canciones espectaculares

Un relato sorpresa de cuatro páginas con tintes superheroicos.

http://www.estudiolibelula.com/ultraviolet/reencarnacion.pdf

Abajo, el video de la increíble "Starlight" de Muse, por si todavía alguien no la conoce... El disco completo, Black holes and revelations, recomendación del mes.



Y aún más abajo, se recomienda también la canción noruega "What else is there?" del grupo Röyksopp, con un video muy poético. Esta recomendación nos llega a través de Antares. El último descubrimiento musical.

11.2.07

Irlanda Stolen child

Canción del niño oscuro

Han esperado todos
a que pase la noche para hablarte
niño de los deudores,
niño de las luciérnagas…
¿Cuántas espirales puede
un caballo celta dibujar sobre un campo
hasta que salga el sol
hasta que ya no quede oscuridad en sus patas?

La raza de los desaparecidos,
de los que no conocen las piedras
que mantienen durmiendo a sus ancestros.

Hijo del submundo únicamente
y de los árboles, brazos de la tierra,
los hilos de tu pecho permanecen en fuga
hacia la brecha azul de tu destino.

¿Cuántos hombres pueden levantar una frente
y darle un nombre nuevo a lo nocturno?
Nadie recuerda que el sol te dio la vida,
chico-caballo del galope incesante,
espejo en la tierra del Quirón celeste,
furioso meteoro de la equina Macha.

¿Cuántas veces puede transformarse
el corazón de un amante en hierro vivo?

¿Cuántas espirales puede
un caballo celta dibujar sobre un campo
hasta que el mundo cambie
y los dioses abandonen la tierra para siempre?



Los pechos de Danu

Scíandubh (Cuchillo oscuro)


Carbonero garrapinos



La cama de Diarmuid y Grania


Río Ella de Magh Ealla (actuales Kanturk - Mallow)


Llegada a Cashel


Cashel de los reyes, Cashel de los cautivos



La Roca en su versión medieval


Camino de Cashel



Cashel vista desde La Roca



Cashel cerca de Samain



Árbol de los Nacht



Río Aguasnegras - Blackwater river - Río Nemh ("El sagrado")



Río Aguasnegras - Blackwater river - Río Nemh ("El sagrado")



Tercera parte de nuestras fotos en Irlanda



8.8.06

Naufragio (o el origen de la marea)

Cuando la Tierra era aún muy joven y todavía no estaba habitada, los eternos y a hacía miles de años que existían.

Uno de los siete hermanos, Deseo, la estuvo contemplando y pensó que la Tierra en su conjunto era hermosa, pero su rostro parecía demasiado plácido, demasiado tranquilo, visto desde el espacio. En aquellas eras dormidas, el mar era una sopa inmóvil, contenida en sus bordes por un recipiente terrestre. El propio mar participaba del sueño de vida en que toda la Tierra permanecía.

En medio de la noche, Deseo tomó la forma de una adolescente cuyo trazo copió de los sueños de la propia Tierra, que ya había imaginado el cuerpo de los seres humanos, y la llamó Naufragio y se fue a la orilla del mar a despertarlo con sus encantadores bailes.

Al principio, el mar estaba adormilado, apenas conseguía responder a las palabras de Deseo, pero el movimiento sinuoso de sus brazos y sus caderas no le dejaban dormir y poco a poco fue cayendo del cayendo del lado de su atracción. Ella se mantenía a distancia, obligándole a estirar sus largos dedos para intentar acariciar sus tobillos. Naufragio se arremangaba la falda, bajaba sus manos con intención de tocarle y luego las retiraba, jugaba con él y con sus ansias de lamer algo más que la arena y la roca. Desde la orilla, las ondas de su necesidad se transmitieron por todo el cuerpo del océano, hasta su corazón, hasta los confines de todas sus costas, despertando su lujuria por todos los seres vivos en los cuatro confines de la Tierra.

Naufragio hundía los dedos de sus pies en la arena mojada, volviéndole celoso, dejando apenas que acariciara sus pies con el borde de las olas. Los primeros roces fríos y exhaustos, pero al sabor de la piel, cada vez más cálidos y con mayor empuje. Cuando las olas se cerraron alrededor de sus piernas, el mar quiso abrazarla completamente, no descansaría hasta tener su cuerpo dentro de él.

Ganó aún mayor fuerza, mayor impulso, salpicó de agua salada el interior de sus muslos, el interior de sus brazos, el interior de sus cabellos que se desparramaban hasta la cintura.

Pero Naufragio no avanzaba un ápice hacia el interior, no iba a ponérselo fácil, y durante toda la noche el océano tuvo que ganar cada centímetro, levantar olas de inmensa fuerza, despertar en su interior una tempestad y una furia devoradora que le revolvió violenta y terriblemente las entrañas, hasta que al amanecer consiguió arrebatarle por fin a la Tierra el cuerpo de la insomne adolescente.

Con una sonrisa en los labios, Naufragio se dejó arrastrar hasta el fondo del mar, dejando el cuerpo de éste marcado por las uñas que le clavó mientras se ahogaba, las olas ribeteadas con las huellas de su deseo consumado, el espíritu anhelando siempre más carne humana de hombres y mujeres que cayeron en sus brazos a partir de entonces, por los siglos de los siglos, a lo largo y ancho de sus infinitas orillas.


FIN