15.1.08

De la primera fiebre del amor

por Dylan Thomas, poeta galés (1914 -1953)



De la primera fiebre del amor hasta su plaga, desde el suave segundo
y hasta el minuto hueco del útero,
desde el desdoblamiento hasta el tijeretazo umbilical,
el tiempo para el pecho y la verde edad del mandil
cuando ninguna boca se movía en torno a la hambruna colgante,
todo mundo fue uno, el viento de una nada,
mi mundo se bautizó en un río de leche.
Y fueron tierra y cielo como un cerro de aire,
sol y luna esparcieron una misma luz blanca.

Desde la primera huella del pie descalzo,
la mano que se alzaba, la eclosión del pelo
y hasta el milagro de la primera redondeada palabra,
desde el primer secreto del corazón, el fantasma premonitorio
y hasta el primer mudo asombro ante la carne,
el sol era rojo, la luna era gris,
la tierra y el cielo eran como el encuentro de dos montañas.

Prosperó el cuerpo, los dientes en el tuétano de las encías,
los huesos crecientes, el rumor de la simiente de hombre
en el glande santificado, la sangre bendijo al corazón
y los cuatro vientos, que hacía tiempo soplaban como uno,
proyectaron en mis oídos la luz del sonido,
invocaron en mis ojos el sonido de la luz.
Y fue amarilla la arena multiplicadora,
cada grano dorado escupió en su prójimo la vida,
verde fue la casa melodiosa.

La ciruela que recogió mi madre maduraba despacio,
el niño que cayó de la oscuridad a su costado
crecía fuerte en la luz segura del regazo,
musculoso, peludo, despierto a la llamada del muslo
y a la voz que, como una voz de hambre,
escocía en el ruido del viento y del sol.

Y desde la primera declinación de la carne
yo aprendí la lengua del hombre, a retorcer las formas del pensar
en el idioma pétreo del cerebro,
a sombrear y zurcir remiendos de palabras
dejadas por los muertos que en sus acres sin luna
no requieren calor de ninguna palabra.
La raíz de las lenguas termina en un cáncer consumido,
ese que es sólo un nombre, en la X de las larvas.

Aprendí los verbos de voluntad y tuve mi secreto;
el código de la noche tecleaba en mi lengua;
lo que fue uno sonaba ahora con muchas mentes.

Un solo útero, una sola mente, vomitaron la materia,
un solo pecho amamantó a la prole de la fiebre;
del cielo divorciador yo aprendí lo doble,
los dos marcos del globo que, girando, fue veinte;
un millón de mentes amamantaron a un retoño
como el que divide mi ojo;
y la juventud se condensó; las lágrimas de la primavera
se diluyeron en verano y en las cien estaciones;
un solo sol, un mismo maná, el calor y el alimento.

Traducción de Niall Binns y Vanesa Pérez-Sauquillo

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